martes, 1 de diciembre de 2015

Un expolio.

La ley, de todas maneras, es más blanda para ellos que para nosotros, y ellos la necesitan más que nosotros. Por eso cuando la ley les golpea en la frente, fruncen el ceño, pero no demasiado. El palo de uno mismo pega con más suavidad…”.
 
El párrafo anterior pertenece al libro “la madre”, de Máximo Gorki, y la juzgo muy oportuna para prologar la entrada de hoy. ¿Es justa la ley? ¿Están todas las partes al mismo nivel cuando se trata de aplicar las leyes o esta balanza se inclina siempre hacia uno de los lados?
 
¿Se han parado a preguntar cuántas veces han decidido por nosotros o han marcado nuestros destinos amparándose en unos textos legales llenos de definiciones y conceptos que a la larga se tornan erróneos? Les llaman lagunas. Me explico. Desde hace mucho tiempo somos conscientes de que el lenguaje que utilizamos no es suficiente para explicar la realidad de los hechos, ni siquiera para dar una imagen que se ajuste a lo que percibimos por los sentidos, o una descripción de ciertos conceptos ¿cómo definimos el color rojo, por ejemplo? Filósofos, científicos, intelectuales de diferentes campos, llevan años, incluso siglos, reconociendo las carencias del lenguaje. Pues bien, siendo conscientes de esta carencia, utilizamos el lenguaje para marcar y dirigir los destinos de nuestros congéneres. Después ya vendrán las interpretaciones (ésa es otra) y aclaraciones; véase sino la cantidad de resoluciones, unificación de criterios, etc., que pueblan nuestros tribunales.
 
Vamos al tema. He podido presenciar la siguiente historia, kafkiana si me lo permiten.
 
Un empresario (omito datos para preservar el derecho a la intimidad) procedió a la venta de una maquinaria a una empresa extranjera. El monto de la operación se aproximaba a los 40.000€ (los importes están redondeados para facilitar la lectura). El empresario emitió la correspondiente factura de venta y la empresa extranjera envió a un representante para recoger la maquinaria. Hasta aquí todo normal en una operación mercantil. Llega el día de la recogida y el representante aparece con el dinero en efectivo (cruzó Europa de un extremo a otro con un maletín bajo el brazo. Debe ser lo que llaman “libertad de movimiento de capitales”, algo a lo que últimamente estamos habituados). ¿Qué hacer? La respuesta se torna sencilla, cobrar y entregar la mercancía; damos por finalizada la transacción. Fácil, ¿verdad?
 
El 30 de octubre de 2012 se publicó la Ley 7/2012 que contiene un artículo 7 con este literal: “No podrán pagarse en efectivo las operaciones, en las que alguna de las partes intervinientes actúe en calidad de empresario o profesional, con un importe igual o superior a 2.500€ o su contravalor en moneda extranjera”. Houston, tenemos un problema. La historia se complica. ¿Qué hacer? ¿Le decimos al representante de la empresa extranjera que se dé la vuelta sin la máquina, que nos haga una transferencia y vuelva a buscarla?, ¿le entregamos la máquina y cuando llegue a su país que nos haga una transferencia?, ¿anulamos la operación?
Aquí debo introducir un matiz; esta operación se realizó a los pocos meses de la publicación de la ley, por lo que gran parte de los empresarios eran desconocedores de este requisito (aunque el desconocimiento no exime del cumplimiento), y tampoco existían resoluciones e interpretaciones debido al poco recorrido de la ley. Nuestro empresario sí era conocedor de la legislación vigente. Así que ante esta disyuntiva se dirigen ambas partes a la entidad bancaria del empresario para hablar con el director de la sucursal y poder tomar una decisión. Una vez en el despacho llaman a su asesor fiscal y éste les da una “solución”.
 
Artículo 7.5 de la ley 7/2012: “esta limitación no resultará aplicable a los pagos e ingresos realizados en entidades de crédito”. Voilà, tenemos la “solución”. Además, la Agencia Tributaria había publicado una aclaración en su página Web: “si el cliente efectúa el ingreso superior a 2.500€ directamente en la cuenta bancaria que le indica la empresa, identificando la operación o número de factura a que se refiere el pago y la persona que realiza la imposición en efectivo, no se incumple las limitaciones a los pagos en efectivo”. Sin más tiempo que perder, el representante hace entrega del dinero y éste es ingresado en la cuenta corriente del empresario español. Por confianza, o relajamiento, como consecuencia de haber encontrado una pronta solución que satisface a todas las partes (incluso al director de la sucursal; más cash), el empresario español firma el documento de ingreso. Fin de la operación. Llegado su momento se declarará la operación al fisco y se pagarán los impuestos devengados. A otra cosa mariposa.
 
Después de varios meses el empresario español recibe la visita de un agente de la Administración Tributaria que le hace entrega de una notificación: ¡una sanción por haber realizado una operación en la que se ha pagado en efectivo por importe superior a 2.500€!  Imagínense la cara del empresario. ¡10.000€ de sanción! 
 
Comienza el toma y daca con la Administración. Presenta alegaciones, justificantes, certificados, declaraciones del director de la sucursal, jurando y perjurando que el ingreso se efectuó en la entidad financiera, identificando la operación, número de factura, persona que realiza el ingreso, … Nada de lo aportado es admitido por la Administración. “Se ha efectuado un pago en efectivo superior a 2.500€”, concluyen. ¿En qué se basa la Agencia Tributaria para desestimar todo lo alegado por el empresario? Simplemente en una palabra: “directamente”, recogida en la nota publicada en su página Web (“si el cliente efectúa el ingreso … directamente en la cuenta…). La firma que aparecía en el documento de ingreso era la del empresario español, lo que invalidaba, o vulneraba la ley, según la Administración. Un simple defecto de forma se convierte en un ilícito con su correspondiente sanción, sanción que puede arruinar la viabilidad de una empresa y abocarla a su posterior cierre. No existe fraude, ni ocultación, ni intención, ni reincidencia, ni perjuicios al fisco, sólo un defecto de forma, la firma de la persona equivocada. ¡NO se ha ingresado DIRECTAMENTE! El dinero ha pasado por las manos del empresario español, lo ha tocado, y no contento con ello ha mordido la manzana (firmó el documento de ingreso). El pecado ya ha sido cometido, no cabe arrepentimiento alguno y, por lo tanto, merece un justo (y gravoso) castigo por su osadía.
 
¿Qué camino queda? Los tribunales; buscar un abogado, procurador,… y a pleitear contra la Administración. 10.000€ más los costes del juicio. Hagan números. Lo que gana actualmente un trabajador al año o más de lo que cobran la mayoría de los pensionistas.
 
¿Qué dice el empresario al respecto? Pues que si no hubiese ingresado el dinero en la entidad financiera y se lo hubiese guardado en su bolsillo se habría ahorrado 10.000€. Eso por no hablar de otras ideas que se le pasaban por la cabeza para ahorrarse impuestos. Su intento de hacer las cosas dentro de la ley y el riesgo de perder una operación mercantil le han supuesto, de momento, la friolera de 10.000€.
¿Cree la Administración que así favorece sus intereses y los de sus administrados? Después nos quejaremos de la economía sumergida con sus nefastas consecuencias para el sostenimiento del estado de bienestar.
 
En fin, que esto debe ser lo que algunos llaman seguridad jurídica o quizás otros más acertadamente, un expolio.


sábado, 28 de noviembre de 2015

¿Existe la suerte?

Fragmento del libro de Nassim Nicholas Taleb, ¿Existe la Suerte?

Kahneman y Tversky empezaron a buscar reglas en los humanos que no les hicieran racionales (heurísticas). Las denominaron heurísticas rápidas y sucias.

Desde los resultados de Kahneman y Tversky, ha florecido toda una disciplina denominada economía y finanzas conductistas; en abierta contradicción con la economía neoclásica ortodoxa que se enseña en los departamentos de economía y administración de empresas con los nombres normativos de mercados eficientes, expectativas racionales, ...

Una ciencia normativa ofrece enseñanzas prescriptivas; estudia cómo deberían ser las cosas. Algunos economistas, los que profesan la religión de los mercados eficientes, creen que nuestros estudios deberían basarse en la hipótesis de que los humanos son racionales y actúan racionalmente porque es lo mejor para ellos (es matemáticamente "óptimo"). Lo contrario es una ciencia positiva, que se basa en la observación de cómo se comporta, de hecho, la gente.

La economía, sobre todo la microeconomía y la economía financiera, es una ciencia predominantemente normativa. La economía normativa es como la religión sin la estética.

N. N. Taleb es matemático empírico y analista del comportamiento económico de los seres humanos, ensayista y financiero.
Daniel Kahneman es psicólogo y premio en Ciencias Económicas en  memoria de Alfred Nobel en 2002.
Amos Tversky era psicólogo cognitivo, psicólogo matemático y colaborador de Kahneman.


jueves, 26 de noviembre de 2015

Nos sobra tiempo (improductivo).


 
Una tarde, fría y tranquila, releyendo unas páginas de un manual de economía de empresa se me ocurrió hacer unos sencillos cálculos basándome en la relación existente entre el número de habitantes, población activa y población ocupada en España para calcular el número de horas improductivas a la semana, es decir, el número de horas laborables en las que no se produce nada, horas que se pierden desde un punto de vista económico.
 

Para evitar complicaciones decidí utilizar una jornada laboral de 40 horas semanales, obviando contratos parciales, horas extra, …

 
 
El resto de datos obtenidos del INE son los siguientes:

Población media en 2014: 46.476.032 habitantes.

Población activa media en 2014: 22.954.600 habitantes.

Población ocupada media en 2014: 17.344.200 habitantes.


Realizando unas sencillas operaciones, población x (población ocupada/población) x 40 h/s, y población x (población activa/población) x 40 h/s, obtenemos los siguientes resultados:
 

Horas/semana/trabajadas: 693.608.302.

Horas/semana/totales: 918.180.488.

La diferencia entre ambas es de 224.572.186.

 

Es decir, cerca de 225 millones de horas a la semana se pierden en nuestro país sin que se produzca nada, consecuencia del desempleo. ¡11.700 millones de horas al año perdidas! Por supuesto, me refiero a las horas legales.

¡Cómo de diferente sería España si este tiempo fuese capaz de producir bienes y servicios de manera eficiente! PIB, Renta per cápita, Estado de bienestar, educación, sanidad, dependencia,…

 


miércoles, 31 de diciembre de 2014

Que me queda del 2014.

Tal día como hoy e influenciado por los acontecimientos más recientes, la memoria no da para más, la sensación que me deja este año que finaliza es la de que ha sido el año de la alfombra, el año en el que hemos decidido sacar al exterior esas enormes alfombras llenas de polvo y suciedad para sacudirles con toda nuestra rabia. Suciedad que ha ido acumulándose durante un largo tiempo ante nuestras miradas impasibles hasta que alguien ha decido que era la hora.
 
Para conocer lo que aguantará el palo, así como la paciencia y el tesón del sacudidor ante el enorme reto que se le presenta tendremos que esperar. Continuará saliendo mucha corrupción de las alfombras, sobre todo la que se encuentra debajo; la que ya está incrustada, ésa será más difícil de eliminar. Se presume que la única solución será cambiarlas por otras nuevas.
 
¿Y qué hacemos con tanta mugre? Cierto pesimismo me embarga al respecto. “La ley, de todas maneras, es más blanda para ellos que para nosotros, y ellos la necesitan más que nosotros. Por eso cuando la ley les golpea en la frente, fruncen el ceño, pero no demasiado. El palo de uno mismo pega con más suavidad…” M. Gorki (La madre).
 
Mis mejores deseos para este 2015.
 
Y recuerden, como dijo Primo Levi, “que algo inaudito haya sucedido es en sí mismo la prueba de que puede volver a suceder”. Y Antonio Muñoz Molina: “Hay que tener cuidado con aceptar distraídamente la normalidad porque puede que se descubra retrospectivamente que era una normalidad monstruosa”.

martes, 30 de diciembre de 2014

Un fragmento. "El Capital en el siglo XXI"


Con una inflación promedio de casi 17% anual entre 1913 y 1950…, Alemania era el país por excelencia que diluyó su deuda pública en la inflación del siglo XX. A pesar de tener fuertes déficits durante cada una de las dos guerras mundiales (el endeudamiento público rebasaba ligeramente el 100% del PIB en 1918-1920, y el 150% del PIB en 1943-1944) la inflación permitiría regresar rápidamente la deuda a niveles muy bajos: apenas 20% del PIB, tanto en 1930 como en 1950.

[…] hoy en día nos encontramos en la siguiente situación paradójica: el país que utilizó de manera más masiva la inflación para hacer desaparecer sus deudas en el siglo XX no quiere oír hablar de un alza de precios superior al 2% anual, y el país que siempre devolvió sus deudas públicas –el Reino Unido- tiene una actitud más flexible y no ve ningún daño en que su Banco Central adquiera buena parte de su deuda pública y deje aumentar ligeramente la inflación.

T. Piketty.
Economista francés.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Amin Maalouf.

"¿Cómo resolver una crisis financiera de mucha envergadura sin habérselas con la crisis de confianza que lleva aparejada, con las conductas que la causaron, con la distorsión de la escala de valores, con la pérdida de credibilidad moral de los dirigentes, de los Estados, de las compañías, de las instituciones y de quienes supone que velan por ellas?
... nunca hubo época como esta nuestra, en la que a los responsables de las economías nacionales los dejen irremisiblemente atrás las arquitecturas acrobáticas de los ases de las finanzas y en la que los operadores que manejan miles de millones no saben nada de economía política y no les importan en absoluto las repercusiones que puedan tener sus actos ni en las empresas, ni en los trabajadores, ni en sus propios familiares y amigos, por no referirnos ya a las que puedan tener en el bienestar colectivo.
Quien devuelve al pueblo la dignidad puede conseguir que el pueblo acepte muchas cosas. [...] lo escucharán, lo defenderán y lo obedecerán".
El desajuste del mundo.
Felices fiestas!!!

martes, 16 de diciembre de 2014

¿Por qué los ricos están más que satisfechos con la elevada deuda pública?

El tiempo transcurre sin pausa y los límites se cruzan sin rubor. Lo primero es inevitable, lo segundo entra dentro de lo esperado. Quién no ha visto caer un record tras otro durante su vida.
 
La Deuda Pública española continúa su escalada sin freno y parece no encontrar techo, y ello a pesar de los mensajes cargados de optimismo (la crisis es historia). Pero sin una mejora sustancial de las condiciones económicas, tanto en nuestro país como en nuestros socios comerciales, las cuentas públicas no volverán a la senda de los superávits presupuestarios necesarios para la reducción de la deuda pública. Conseguir esto se plantea harto difícil; o bien reducir gasto público (más recortes) o bien aumentar ingresos públicos recaudando más y mejor (quizás con aumentos de los tipos impositivos a los que poseen mayor riqueza y renta), o una combinación de ambos (más ingresos y más recortes).
 
Pero, ¿Por qué los ricos están más que satisfechos con la elevada deuda pública? Un mínimo de ética aderezada con un poco de vergüenza es suficiente para que no lo proclamen a los cuatro vientos. Sin embargo, no cabe duda de que el sistema es muy favorable para sus intereses. Además, al ser los grandes poseedores del capital y controlar los cauces de comunicación pretenden hacernos ver que su preocupación es real, que la deuda pública es un lastre para nuestra economía y para las generaciones posteriores. No es nuevo. La respuesta a esta cuestión la podemos obtener del reciente libro “El capital en el siglo XXI” del economista francés T. Piketty.
 
Plantéense el siguiente escenario: Por un lado, usted se encuentra entre los afortunados que poseen un importante patrimonio junto con unas rentas generosas y buscan obtener una rentabilidad, al menos que sea superior a la inflación (todo sea por no perder riqueza). Además, usted es un ciudadano “patriota” que desea ayudar a su país a salir de la actual situación, y tampoco nos olvidamos de su carácter “solidario” con los más débiles. En definitiva, es usted un patriota solidario que además busca rentabilidad para su patrimonio. Por otro lado, y relacionado con su entorno, nos encontramos con que los tipos de interés se encuentran en mínimos (pregunten a su banco cuál es el tipo al que le remunerarían un pequeño depósito o una cuenta de ahorro); la renta variable (acciones) muestra alta volatilidad e incertidumbre (sólo apta para valientes o acaudalados); existe una baja o nula inflación, y los países continúan con problemas presupuestarios derivados de la prolongada crisis que derivan en sucesivos déficits públicos que deben cubrir.
Pues bien, con este escenario el gobierno le puede plantear tres opciones para mantener la situación controlada:
a)     Reducir (recortar) gastos para equilibrar sus cuentas y evitar que la deuda pública continúe aumentando (la conocida austeridad o, eufemísticamente, consolidación fiscal).
b)    Aumentar impuestos para obtener una mayor recaudación, principalmente a aquellos que tienen mayor renta y riqueza.
c)     Emitir deuda pública a cambio del pago de los correspondientes intereses.
¿Qué estrategia le recomendaría a su gobierno? (otro eufemismo, recomendar; al fin y al cabo si usted forma parte de la élite más que recomendar tiene capacidad para imponer):
¿Recortar gastos? Sería una opción. Sus hijos van a escuelas privadas y su salud está protegida por un buen seguro médico. Con toda probabilidad a usted no le afectaría en gran medida ya que no acostumbra a acudir al centro de salud de su barrio (es más, puede que en su barrio no sea necesario un centro de salud).
¿Aumentar impuestos? Posiblemente no. A pesar de su “solidaridad” con los más débiles supondría dar al Estado parte de su riqueza y renta sin ninguna contraprestación directa. No, aumentar los impuestos a los ricos no entraría dentro de sus recomendaciones. De ser así habría que plantearse movilizar los capitales hacia otras latitudes (para eso se ha “inventado” la libre circulación de capitales).
¿Más deuda pública? Éste parece un buen plan. Parte de nuestros ingresos se los cederíamos al Estado (patriotas) a cambio de los correspondientes intereses (mejor con primas de riesgo altas) y con la seguridad de que al final, al vencimiento, recuperaríamos el capital invertido. Además, si esta estrategia va acompañada de bajadas de impuestos, o directamente su eliminación (Sucesiones, Patrimonio), tenemos garantizada la supervivencia de nuestra especie (los ricos).
 
Para qué pagar impuestos al Estado si éste puede obtener igualmente los recursos a cambio del pago de unos intereses. Interesante, mucho más interesante, sin duda.
 
 Claro que, llegados a este punto, no sería de extrañar que ciertos estamentos sacaran su artillería cuando apareciese alguien que planteara auditar la deuda pública y subir impuestos a los más acaudalados.
 
Pero, en fin, solo es un escenario y unas posibles soluciones fruto de un ejercicio de imaginación.