Cuando uno se detiene a reflexionar sobre lo que acontece a su alrededor y vuelve la vista atrás en busca de aquellos conocimientos que un día fueron puestos a su disposición, se encuentra con que existe un gran precipicio entre lo inculcado y la realidad que vive. Me estoy refiriendo a aquellas nociones que pretenden que asimilemos cuando iniciamos estudios de empresa y la distancia más que palpable de éstos respecto al mundo económico y empresarial.
No cabe duda de que una empresa nace para buscar un beneficio, ya que en caso contrario no tendría ningún significado que una persona, o un colectivo, asumiese riesgos y llevase a cabo inversiones en capital. Si no obtuviese una utilidad, una expectativa de beneficio, vaciaríamos a la empresa de su sentido original. Ésta debe buscar un valor añadido.
Pero la búsqueda de beneficio debe realizarse bajo una ética, manteniendo el valor a alcanzar dentro de unos límites y, parafraseando a L. M. Pagés, situándolo en términos honorables. Ésta es una de las primeras enseñanzas que pretenden que asimilemos. No se trata de buscar beneficios a toda costa, de manera ilimitada, sino que la búsqueda debe mantenerse dentro de los límites que aseguren la “estabilidad” económica y financiera.
Además, y siguiendo con dicho autor, la búsqueda del beneficio debe ajustarse con la situación económica general, no tratando de alcanzar una tasa constante predefinida, independiente de las circunstancias, sino una tasa variable de beneficio que resulte congruente con las expectativas que tienen los demás factores productivos en un determinado período. Es decir, la empresa, los empresarios, no deberían marcarse un objetivo de beneficio sin considerar la situación real de la economía, ya que de ser así, se estaría incentivando el realizar ajustes dolorosos cuando comenzaran a desviarse del camino marcado (la mayoría de las veces despidiendo trabajadores para eliminar costes, cuando no, reduciendo la calidad de los productos y servicios).
Alguno quizás se sorprenda al leer esto, pero la realidad es esta. Las empresas de cierta dimensión, sin necesidad de ser grandes corporaciones, se marcan unos objetivos año tras año que pretenden cumplir. Para ello contratan a profesionales, a directivos, encargados de su consecución. Objetivos de facturación, de rentabilidad, de reducción de costes financieros, laborales, etcétera, etcétera.
Obtener un beneficio es fuente de inversión, de salvaguarda del acceso a los bienes, servicios y empleos que la empresa debe asegurar. Obtener beneficios fuera de los límites razonables es poner a la empresa en la senda de su desaparición, y con ella, a todos los factores que la acompañan. Ésta ha sido la filosofía que se ha impuesto durante los últimos años. La praxis contraria a la que predicaban los académicos. La distancia, enorme, las consecuencias, devastadoras.
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