sábado, 23 de octubre de 2010

Michael Porter.

Eviten el chiste fácil; no tiene nada que ver con Harry Potter. Se trata de un economista de la Escuela de Negocios de Harvard y un referente en el pensamiento estratégico, al tiempo que uno de los intelectuales que más influencia tiene en la literatura y práctica empresarial.

Pero también ha dejado su impronta en la economía a través de un importante artículo al que tituló “la ventaja competitiva de las naciones”.

Porter afirma que la prosperidad de las naciones se crea, no se hereda y, además, ésta no es fruto de las riquezas naturales, ni de la mano de obra, tipos de interés o el valor de su moneda. Una nación es competitiva y, por ende, próspera, en función de la “capacidad de innovación” de sus empresas.

Olvídense de los tópicos: poseer recursos naturales, mano de obra barata, intereses bajos, tipos de cambio favorables, bajos déficit públicos, etc. Porter va desgranando, a través de ejemplos, como países con diferentes condiciones socioeconómicas fueron alcanzando altos niveles de prosperidad. Por ejemplo:

Países con déficit público: Japón o Italia.

Países con monedas fuertes que, en teoría, dificultaban sus exportaciones: Alemania o Suiza.

Países con altos tipos de interés: Italia o Corea.

Países con mano de obra, no precisamente barata, y con mucho poder sindical: Alemania.

Países con escasez de mano de obra y de recursos naturales: Japón o Suiza.

¿Cuál es entonces el papel de los gobiernos? Crear las condiciones propicias para que se desarrollen los “atributos genéricos” que deben poseer las naciones y en los que se basa su éxito: factores productivos, entre los que destacan la mano de obra especializada y las infraestructuras necesarias para poder competir; crear demanda interna; contar con sectores de apoyo internacionalmente competitivos y, por último, las estrategias, estructuras y rivalidades entre las empresas.

¿Cómo deben los gobiernos influir en estos “atributos”? Mediante políticas educativas, orientando las subvenciones a la investigación, estableciendo normas que orienten las necesidades de los compradores, regulando los mercados de capitales, etc.

Pero es aquí donde muchas veces surge el problema, la influencia del gobierno puede ser positiva o negativa. Tampoco podemos olvidar a los dirigentes empresariales, “trabajar más y ganar menos”.

2 comentarios:

agremon dijo...

Isto lémbrame a aquél filósofo grego que en pleno día andaba cunha linterna. Ó preguntarlle que que facía cunha linterna en pleno día, coido que contestou algo así como que ía na procura dun home xusto (e necesitaba moita luz para atopalo). Gobernos potenciadores? por estes lares, colle a linterna.

El autor dijo...

Non perdamos a esperanza. Neste mundo globalizado tamén podemos aprender cousas, aínda que sexa amodiño. Sempre pode pegarse algo.

Un saudo.