sábado, 10 de julio de 2010

El FMI y LaFontaine.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) fue creado inicialmente con la misión de intervenir para estabilizar los mercados financieros; pero, a partir de la década de 1980, como expone Sami Naïr en su libro “El imperio frente a la diversidad del mundo”, se ha convertido en el agente de recaudación de la deuda de los pobres, junto al Banco Mundial.

Los países que desean obtener ayuda de estas instituciones tienen que llevar a cabo políticas de ajuste estructural en sus economías; ajustes que se pueden resumir en cuatro pilares: Apertura de los mercados, reducción del déficit presupuestario (se traduce en desmantelamiento de los servicios públicos: educación, sanidad, …), privatización de las empresas públicas (caen en manos de grandes multinacionales) y reducción del número de funcionarios.

Estas políticas han demostrado ser catastróficas tanto en lo social (aumento del paro, de la pobreza, deterioro de la educación y sanidad) como en lo económico y, a pesar de existir suficientes pruebas documentadas, aún siguen teniendo amplia repercusión ¿Tendrá algo que ver el hecho de que Estados Unidos posee más del 17% de los votos?

Un aficionado a la horticultura, medio burgués, medio patán, poseía en cierto pueblo una huerta bastante maja y bien cercada con un seto de arbustos. Allí crecían la acedera, la lechuga, flores con que ofrecer un ramillete a Margarita el día de su santo; poco jazmín de España y serpol abundante.
Como una liebre viniera a turbar tanta ventura, nuestro hombre fue a quejarse al señor del pueblo. “El maldito animal va a tomar en mi huerta sus comidas de la mañana y de la noche” – se lamentó el buen hombre -, “y se ríe de los cepos. Fracasan igualmente las piedras y los palos. Para mi cuenta que es bruja”.
“¡Bruja, eh! Pues se las verá conmigo, así fuera el mismo diablo” – replicó el señor – “pese a todas sus tretas, Miraut la pescará en seguida. Por vida mía, buen hombre, que he de libraros de ella”.
“¿Cuándo será?
“Mañana mismo, sin más tardar”.

A la mañana siguiente, presentose en efecto con su gente. “Almorzaremos, pues” – dispuso el caballero; “¿son tiernos vuestros pollos?” …

Y después del almuerzo, el barullo de los cazadores. Todos se animan y todos se preparan. Las trompas y los cuernos meten tan infernal ruido, que el hombre está pasmado. Más lo peor fue el lastimoso estado en que quedó la huerta y la vivienda: adiós tablas, cristales, escarolas y puerros, sin que nada quedase para echar al cocido…

El buen hombre exclamaba: “¡Juegos de príncipes son esos!” Pero no le hacían caso, y entre perros y hombres hicieron más estragos en una hora del que hubieran podido hacer en cien años todas las liebres de la provincia.

¡Oh, príncipes pequeños! Solventad entre vosotros vuestros pleitos; insensatos seríais recurriendo a los reyes. Jamás debéis mezclarlos en vuestras contiendas, jamás hacer que entren en vuestras tierras.

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