Apenas queda un mes (concretamente a partir del 1 de julio) para que comiencen a aplicarse los nuevos tipos impositivos del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) y, como no podía ser de otra forma, sobre las posibles consecuencias que se derivarán del incremento podemos escuchar opiniones para todos los gustos, la mayoría de ellas influenciadas por ideas preconcebidas, basadas en la estructura que nos rodea, y en cómo se inscriben dentro de nuestro sistema social y emocional (difícil olvidar la situación en la que nos encontramos).
A través de las siguientes líneas intentaré exponer cuáles podrían ser las repercusiones derivadas del incremento del impuesto; analizar si las posibles consecuencias que, desde distintos ámbitos, nos dicen que sufriremos son ciertas (aumento de los precios, disminución de la demanda, etc.) o, por el contrario, si se trata únicamente de falacias. El motivo no es otro que el de dar una explicación lo más aproximada a la realidad.
Personalmente me cuesta entender (o no quiero entender) por qué se explican tan mal las medidas que se quieren adoptar, convirtiéndolas de esta forma en impopulares, y tampoco entiendo por qué otros se empeñan en elevarlas al nivel de catastróficas, llamando incluso a la rebelión (supongo que formará parte de una estrategia).
No voy a cuestionar mediante este artículo la necesidad o idoneidad de la medida que se va aplicar, ni tampoco si es el momento oportuno, ni si existen otras alternativas; para eso ya existen otros foros, y posiblemente muchos de ustedes ya tendrán formada su propia opinión. Si desean conocer parte de los motivos que impulsan al Gobierno a adoptar esta medida pueden leerse el preámbulo de la Ley 26/2009, de 23 de diciembre; si tras su lectura no son capaces de entender el “espíritu” de la Ley, el “fin” que subyace bajo estas decisiones, estoy seguro de que al menos durante su lectura podrán combatir el insomnio y echarse una cabezadita.
Pero lo cierto es que los datos que manejamos son reales y actualmente existen más de 4 millones de desempleados y varios millones de ciudadanos que demandan prestaciones, ya sea por desempleo, jubilación, invalidez, viudedad, dependencia, etc.
Para empezar y, entrando ya en el tema que me ocupa, les diré que los bienes, llamémosles, de primera necesidad no se verán afectados (pan, leche, huevos, frutas, verduras, etc.), mientras que aquellos otros que actualmente son gravados con un impuesto del 7% ó del 16% se verán incrementados, pasando estos tipos impositivos al 8% y al 18% respectivamente.
Ahora echemos mano de la imaginación y, supongamos, por ejemplo, que necesitamos comprar un nuevo televisor que a día de hoy nos cuesta 600 euros. Si realizamos unos simples cálculos matemáticos (dividiendo para obtener la base y multiplicando por el nuevo porcentaje del IVA, el 18%) vemos que este artículo pasaría a costar, a partir del 1 de julio, alrededor de 610 euros; un incremento de 10 euros para nuestros sufridos bolsillos. Siempre que nuestro razonamiento fuese correcto.
Pero, resulta que las cosas no siempre son lo que parecen; ciertamente y aunque les pese a algunos, vivimos en una parte del mundo que se rige por las normas del libre mercado y los precios de los bienes y servicios se forman, en la mayoría de los casos, por la interacción de la oferta y la demanda, lo que se conoce en términos académicos por la “Ley de la oferta y la demanda”; es decir, los oferentes (productores, vendedores) y los demandantes (consumidores) interactuamos de tal forma que llegamos a establecer un precio mediante el cual se produce el intercambio, precio que se conoce como “de equilibrio”. Y es aquí, mejor dicho, a partir de aquí, donde no logro comprender por qué esta información se transmite tan mal a la sociedad. Este tema forma parte del primer curso de las carreras universitarias de Economía y Empresariales principalmente. Pero no se preocupen, mi intención no es desarrollar ninguna teoría económica; basta con que sepan de una forma sencilla como funciona el mercado a través de nuestras actuaciones diarias, como influimos con nuestros hábitos de compra en la formación de los precios de los bienes y servicios.
Esta oferta y demanda de productos están influenciadas por varios factores, como pueden ser la existencia de bienes y servicios sustitutivos (aquellos que pueden satisfacer de igual manera nuestras necesidades), el número de competidores que ofrecen esos mismos productos, la renta de la que disponemos los consumidores, nuestros gustos, etc. Pero una vez que nos encontramos en esta situación de equilibrio, cuando hemos llegado a un acuerdo tácito para la formación de los precios, ¿qué sucede cuando un bien es gravado con un impuesto indirecto, como es el caso del IVA? ¿Cómo nos afecta un incremento? Es decir, ¿Sobre quién recaerá la subida del impuesto? ¿Quién lo pagará? Los economistas suelen utilizar el término “elasticidad” para medir este tipo de situaciones. Pero, ¿qué es la “elasticidad”? De una manera sencilla podríamos decir que es un instrumento que se utiliza para medir cómo varía la cantidad de bienes y servicios que demandamos los consumidores (también, la cantidad que ofrecen los vendedores) cuando varía alguno de los componentes que les afectan (el precio, la renta, los gustos, …) Por ejemplo, si a usted y a mí nos gustan los helados de chocolate y el vendedor nos sube (debido a un impuesto) el precio del helado de chocolate, posiblemente buscaríamos otro helado que lo sustituya o, incluso, dejaríamos de consumir helados y los sustituiríamos por un refresco.
Pues bien, llegados a este punto, pueden creerme si les digo que en muchos casos, y en un corto período de tiempo tras la subida del IVA, los precios de los bienes y servicios se ajustarán de tal forma que el impuesto se repartirá entre las empresas que ofrecen sus productos (vía reducción de precios) y los consumidores finales ¿En qué medida? La cuantificación de este efecto es difícil, dependerá de la ya nombrada “elasticidad”, “sensibilidad”, “rigidez” de cada producto y sector en particular. En algunos casos las empresas se verán obligadas a reducir los precios de sus productos, asumiendo ellas el incremento del impuesto, en otros, nos repartiremos el incremento entre empresas y consumidores, y en otros, recaerá en su totalidad sobre el consumidor. El tiempo, y el mercado, pondrán a cada uno en su lugar, obligando a ajustar precios para encontrar un equilibrio. Un matiz: cuanto menor sea la dimensión de la empresa mayor será la probabilidad de que repercuta la integridad de la subida del impuesto en sus precios (también es cierto que estas empresas son demandantes de productos y puede ser que los precios de sus compras se vean reducidos, por lo que el traslado del impuesto al consumidor será relativo).
Posiblemente me dirán que esto es simplemente una teoría y que no tiene ninguna aplicación práctica. Pues bien, quizás algunos de ustedes recuerden las manifestaciones en los medios de comunicación por parte de algunos directivos de grandes empresas diciendo que ellos “no aplicarán” la subida del IVA en sus productos (claro está que asumirán el incremento mediante una reducción del precio de sus bienes). Como estrategia de comunicación suena bien. Quizás tenga algo que ver la famosa “elasticidad” de sus productos, quién sabe. Como dijo en una ocasión Albert Einstein “la ciencia no es más que el refinamiento de reflexiones cotidianas”.